Una carabana de signos
atisbo al borde
de un médano lejano.
La brisa que dejé
borró mi lengua.
Me hundo sobre el negror
de una caverna ciega
y reniego en barbarismos
la suerte ausente
que ya no comprendo.
***
Penetro en la decadencia de la noche,
decaigo en la soltura del sueño
y rearmo los vacíos,
dispongo de mi espacio
para saborear el negror,
el sentimiento fugaz
del tiempo ausente,
deshago las costuras
para librar aquello
que la cicatriz
ceñirá
sobre mis manos.
Y de nuevo
mis anhelos se anidan
en pesadillas
por adorar aquello
que no posee nombre.
***
Ríe un niño
de órbitas huecas
entre pasos
que a un río llevan.
Piensa en formas mundanas
y, sin quererlo, revela
su utopía nocturna.
En las sombras de su noche,
famélica
su suerte se presenta
y lo invita
sosegada
a retomar sus pasos.
El niño bebe ahora
las luces que en su sueño
debían ahogarse.
***
Escucho voces que retozan
por las finas tripas
de una noche
perdida entre instántes
mágicos de olvido.
En su silencio,
hacinadas sobre muros,
aún cantan
cómo el polvo
de fatales yerros
sigue flotando
sobre el aire
que la gente respira.
***
Entre el cielo espeso,
denso y gris
ella espera una gota
que la transmute
en nube.
***
Vida: Melodrama, melodía mohosa de la virtud mitigada por el corsette de angustias que solito se teje.
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