23.12.07

S/T -1-

I

En la vorágine de cemento y noche que estamos acostumbrados a pisar, se perdía mi soliloquio entre las innumerables variables que circulaban cerca mío, en la extensa avenida viciada en miradas abandonadas de distintos cuerpos agitados y estólidos. Sin buscar ser algo, mi carne era una de las máculas que cubría los cielos apagados, los cielos obnubilados por las nubes pasajeras, los cielos alumbrados por el ascua de mi cigarrillo. Ningún acontecimiento, ninguna acción lejana a mis obligaciones podía importarme, todo pensamiento que podría llegar a surgir en mí estaba atravezado radicalmente por el tiempo y la ignominia: 'Estoy llegando tardísimo, me van a reputear'.
Era sábado y era noche, debía viajar hacia los arrabales de la ciudad. Era de esperarse ver pasar a todos los colectivos atiborrados de cuerpos húmedos que volvían a sus casas luego de una noche de teatro en la calle Corrientes. Los colectivos parecían grandes monstruos con varios ojos trasparentes que cubrían cientos de ojos pequeños tras ellos, ni un suspiro de más cabía dentro, haciendo que pasen de largo en cada parada, haciendome llegar más tarde aún, haciendo que mis nervios y preocupaciones se multiplicasen cada vez que un 7 terroríficamente hacinado pasaba delante de mi desesperanzado cuerpo ya resignado a los múltiples ademanes improvisados con la intención de llamar la atención del chofer. Luego de media hora, cansado y entregado a mi cuasi-eterna agonía, me separé de la multitud que aguardaba furiosa la llegada de un colectivo bondadoso y empezé a caminar por la avenida con la esperanza de encontrarme con una brisa suave y vital que me permitiese volver a respirar tranquilo por un puñado de minutos. Busqué por los limbos de las luces tiritantes y pasajeras de los automóviles, por los soles efímeros y multicolores que desfilan por las calles camaleónicas, por las imágenes claras de amor citadino, sentimientos que los hombres siempre sintieron de igual forma, hoy transustanciados en palabras osadas y modernas o en manos ligadas al andar. Pensé en Celeste mientras encendía un cigarrillo. Miré hacia el cielo apagado y descubrí la soledad que me rodeaba en varios kilómetros de tiempo, en meses y meses de frío seco, de camas muertas sobre gemidos huecos que no tienen la fuerza necesaria como para ser recordados al día siguiente, tampoco para detener mis pasos solitarios. Pensé en Celeste y en cómo ella no estaba mientras la nombraba y en cómo no escuchaba mi anhelo de tocarla en la brisa fresca que al fin vino desde mi suspiro, desde el desahogo de deseo trabado en mi cuerpo. Otro 7 pasó frente mío, en realidad frente a mi cuerpo, porque yo estaba en otro lado.

17.12.07

La reunión

Tras las dádivas del silencio, uno de nosotros (no recuerdo si fui yo, el alba o alguno de mis compañeros) levantó la mirada y escrutó con antojo la escena milagrosa que estábamos atravezando alrededor del símbolo de fuego. Alguien hizo el ademán de hacer efectiva la comisura de sus labios, deteniendo su movimiento al confirmar que el lenguaje se había perdido en el esplendor de la hoguera plástica. Las pupilas multicolores empezaron a cruzarse mudas, impermeables de sentimientos o de interés hacia otro fulgor u otro objeto. Un crisol de luz no tangible derritió los ojos de cada uno, mezclándolos sobre el monocromo lumínico del fuego frío y mudo. Una mano que en ese instante fue todas las garras, alas y memorias de los tiempos se enarbolaba pesada, retraída por la voluntad del viento y sus designios, para darle muerte al dios apócrifo. Un suspiro tajante y efímero reveló el miedo húmedo que supo enroscar nuestros cuellos, creo haber visto en el ojo ubicuo una lágrima profunda. La mano que fue hacha, piedra y espada cayó con la fuerza del universo sobre la deidad profana, el impacto provocó la implosión de los dones y esperanzas que el fuego inmóvil nos había inspirado. El dios deshecho volvió a ser plástico, mi boca fue de nuevo boca y mis ojos, míos y pares. Uno de nosotros (no recuerdo si fui yo, el dios vengativo o mi angustia) dijo que habíamos destruido la poesía y el amor de un tiempo, la breve cosmogonía ágrafa trazada sobre las líneas invisibles del viento, sobre el agua turbia que corre por una infame esquina del barrio de Once.

10.12.07

Ragnarök - J.L. Borges

En los sueños (escribe Coleridge) las imágenes figuran las impresiones que pensamos que causan; no sentimos horror porque nos oprime una esfinge, soñamos una esfinge para explicar el horror que sentimos. Si esto es así ¿cómo podría una mera crónica de sus formas transmitir el estupor, la exaltación, las alarmas, la amenaza y el júbilo que tejieron el sueño de esa noche? Ensayaré esa crónica, sin embargo; acaso el hecho de que una sola escena integró aquel sueño borre o mitigue la dificultad esencial.

El lugar era la Facultad de Filosofía y Letras; la hora, el atardecer. Todo (como suele ocurrir en los sueños) era un poco distinto; una ligera magnificación alteraba las cosas. Elegíamos autoridades; yo hablaba con Pedro Henríquez Ureña, que en la vigilia ha muerto hace muchos años. Bruscamente nos aturdió un clamor de manifestación o de murga. Alaridos humanos y animales llegaban desde el Bajo. Una voz gritó: ¡Ahí vienen! y después ¡Los Dioses! ¡Los Dioses! Cuatro a cinco sujetos salieron de la turba y ocuparon la tarima del Aula Magna. Todos aplaudimos, llorando; eran los Dioses que volvían al cabo de un destierro de siglos. Agrandados por la tarima, la cabeza echada hacia atrás y el pecho hacia delante, recibieron con soberbia nuestro homenaje. Uno sostenía una rama, que se conformaba, sin duda, a la sencilla botánica de los sueños; otro, en amplio ademán, extendía una mano que era una garra; una de las caras de Jano miraba con recelo el encorvado pico de Thoth. Tal vez excitado por nuestros aplausos, uno, ya no sé cual, prorrumpió en un cloqueo victorioso, increíblemente agrio, con algo de gárgara y de silbido. Las cosas, desde aquel momento, cambiaron.
Todo empezó por la sospecha (tal vez exagerada) de que los Dioses no sabían hablar. Siglos de vida fugitiva y feral habían atrofiado en ellos lo humano; la luna del Islam y la cruz de Roma habían sido implacables con esos prófugos. Frentes muy bajas, dentaduras amarillas, bigotes ralos de mulato o de chino y belfos bestiales publicaban la degeneración de la estirpe olímpica. Sus prendas no correspondían a una pobreza decorosa y decente sino al lujo malevo de los garitos y de los lupanares del Bajo. En un ojal sangraba un clavel; en un saco ajustado se adivinaba el bulto de una daga. Bruscamente sentimos que jugaban su última carta, que eran taimados, ignorantes y crueles como viejos animales de presa y que, si nos dejábamos ganar por el miedo o la lástima, acabarían por destruirnos.
Sacamos los pesados revólveres (de pronto hubo revólveres enb el sueño) y alegremente dimos muerte a los Dioses.

La casa nueva

¿Y qué puedo decirte entonces, amigo? Ya habrás escuchado un sin fin de imprecaciones producidas por un sin fin de bocas y moléculas de aire que se aglutinan en la vanguardia del tiempo ¡Pero que mal que las usan esos perros al llenarlas con vacío de tinta o de letra! Vos hacete el distraido mientras yo me callo la boca (e ignoro si estoy usando de manera incorrecta las partículas de aire en este momento) ya que recorriste los arrabales de las sillas sin perderte de vista, entraste en la urbe y sentaste cabeza moviendo las piezas de lo que estaba ya escrito. Y eso, creo, merece el respeto de los perros del tiempo, de la tinta indeleble, de mis brazos ardientes que rodean tu espalda, del aire infinito que se carga en mi boca, de lágrimas rojas que escapan al sueño. Pero che, no te la creas, no digo verdades a cuentagotas (me encantaría pero viste, las partículas...), hacé vos la tuya y virá con el viento que yo mientras escruto con esmero la nueva pintura que descansa en tus paredes.

Seno de cielo perlado

Arriba seno de cielo perlado,
no pretendas hoy el infinito
ni las comisuras del olvido
que mi boca quiere atraparte
antes que la noche pregone
el tierno consuelo de tu óbito.

Entre la estela rosa alojada
en la pálida seda de durazno
que cubre tu suelo de llanura
y mi pueril y mundano deseo,
hay una línea de letras rotas
que tiñen tu vestido de negro.

No dejan deslizar mi labio
por la curva fina de tu boca
sin cubrir mi hálito espeso
con la mácula misma del ocaso,
mezclandose el sabor del beso
con el tieso ruego del amargo.

Y surge en el éxtasis extremo,
pletórico de óbice y deseo,
el barcaje ínfimo del barquero
que debe llevarte al otro lado
y al moverte fría, yo azorado
despierto y veo que es sueño.

4.12.07

Vivonoser

Hoy no soy mi rojo beso,
ni la pluma de una estrella
ni caricia de mi verso
ni la fe de verte en ella .

No me pidas que te hable
de la falsa compostura,
de sonrisa que figura
en el fondo deseable.

Hoy me siento verdadero,
bien ardiente como diablo
descifrando con esmero
la manera en que te hablo.

Y así no quiero disfrazar
la callada lozanía,
la elegante cobardía,
que a la noche veo pasar.

Yo te vendo fantasía
y vos con ojos de azafrán...
¡No, no me convencerán
tus arrumacos de arpía!

¡Ay, alma mía comprenda!
¿Quién te podrá convencer
que soy yo el vivo no-ser
que querés para tu vida?

3.12.07

La luna de la señorita P

Premisas Instructivas:

Apretalo.
Apétalo.
Pétalo.
Pealo.
Peal.
Pea.
Pe.
P.

Metalenguaje:

Apretalo hasta dejarlo solo, que sea corajudo y que soporte sin ayuda lo que él me hizo sufrir. Yo ya te expliqué como brilla mi luna y juro que si la recuperás todo el polvo blanco de la primera noche será tuyo. Ahora, vos ayudame a devolverle un poco del mundo apétalo que me impuso ese zángano en aquellas noches de huidas escabrosas. Liberalo de su angina de pétalo feliz y pealo hasta que se ponga manso. Vos no te aflijas mucho, sus nuevos amiguitos lo iniciaron en el vino y en las drogas bravas hace rato así que vos dale para delante nomás que el que antes era un vivo bárbaro hoy está medio peal. Cuando lo veas te vas a avivar que el muy malhadado
vive como si estuviese en pea constante sin importarle ya la presencia de la luna que me robó. Te pido que le devuelvas todas las que me hizo, pegale duro a ese timador de cuarta. Igual acordate, antes que nada quiero que recuperes mi luna pálida de pe a pa y cuando el muy sinverguenza esté en lo oscuro y sin nadie que lo cubra ni lo proteja, no se te ocurra llevartelo al rincón del sol sin antes darle el más sincero pésame por parte de la señorita P.

2.12.07

Disculpas

Dejemos el olvido en el olvido, me dijiste. Creo que hice lo necesario para acatar tu orden y la mía, que por cierta casualidad o influencia era la misma. Sin embargo, el olvido rebelde quiere traducirse en presente cuando por ejemplo paso casualmente por algun recoveco de tu barrio que sigue siendo mi barrio en las calles del pasado y entonces el olvido se hace presente naturalmente, aparece de nuevo la escena de esa esquina compartida en la que decidimos tocarnos por vez primera, que casualmente es la misma en la que corríamos a los gritos odiando el invento que juntos empezamos a crear y deshacer en ese sitio. Así que disculpame vos y también pido disculpas a mí mismo, pero me es imposible, tan imposible como para vos debe serlo, no puedo dejar el olvido en el olvido como si se tratase de un viejo libro, el muy hijo de puta es como un líquido que siempre se cuela por algún agujerito de sí mismo y desafía a cualquier novedad de los sentidos. Disculpame por enterarme que las cicatrices tienen motivos, que el arte es engrendrado, que mis manos fueron cuatro y que todavía huelen a carne mansa mía y tuya.

Entendémino

Nunca deposites un ojo en el devenir, menos un ojo claro y luminoso como con el que soles insolar mi crisol de piel. Te lo digo porque la pérdida flagrante de luz se trasluce recién en alguno de los acientos del libro-diario de los suspiros últimos. Es un desatino en las olimpíadas de las estrellas el depositar lo puro en el vacío, algo así como el hurto de existencia por parte de un fracaso a la esperanza toda. Despedazada por un pozo, tan caído como casual y vituperante, es igual a la maldición de todo un pueblo a una escoba suicida, a una caida sin remedio ni salida. En vano sería descansar tu ojo en mis perlas al azafrán, menos aún si el sol brillante se tiñe en tu sonrisa que se licúa de deseo al ver sus rayos sin cuerpo, sin vuelta, firmes a su escencia de recuerdo ectoplasmático. Es que, te digo, los ectoplasmas son copias y figuras que retozan sobre una imágen hermosa que nunca llegan a ser y desean tener la misma grupa del arquetipo de ellos mismos. Son tan mentirosos los arquetipos, más imperfectos son al ser ectoplasmas de fantasmas de retratos de muertos, y entonces, verás, si un ectoplasma desea ser el arquetipo de un ectoplasma que en definitiva es él mismo, da vueltas sobre su misma imágen quieriendo adentrarse en lo que ya es. En suma, no sabe que el ya es perfecto por sí, como tambíen ignora que es lo falso perfecto, una costilla de gorrión asfixiado que desnuda desfila por los vientos que coquetean con las hojas de un árbol mudo. Pero qué vamos a estar hablando de tu ojo o nuestro ojo o de mi ojo de ectoplasma o 'comolequierasllamar' si es tan débil el párpado que lo sostiene que no puede evitar cerrarse en todo amanecer ¿Acaso no ves?¿Podrías decirme en qué momento te sentiste atravesada por un as de fulgor rojo y vivo?. O mejor, decime en qué segundo te sentiste hablar desde mi voz o ver desde mi falso ojo, o ser desde mi no-ser. Ya lo verás, ya lo estás viendo... Todo es tan trucho, cosa mía, todo es tan trucho.