14.7.08

El destino de los héroes

Al franquear las magníficas puertas del santuario, el calor sofocante que cubría la tierra délfica fue apaciguado por acción en aparencia divina (y es extraño pensar que el dios Sol se ausente en su propia morada), permitiéndole a Ulises disfrutar por vez primera del aire dulce que cubre el desierto vacío. El rey de Ítaca, asombrado por la bruma solemne que lo envolvía, escuchó un nimio suspiro proveniente del fondo obscuro del templo. Cuando su mirada empezó a acostumbrarse a la falta de luz, pudo divisar las formas laxas y carnales que contenían la escencia del dios. La pitonisa, de rodillas, balbuceaba una plegaria al dios Apolo en tonos muy bajos, coqueteando por momentos con el silencio. Ulíses se acercó a la anfitriona del oráculo e infló su pecho con el heróico ahínco que caracteriza a los seres supremos. - ¡Mensajera de Apolo! ¡Pitonisa sagrada cual luz ígnea que Zeus tonante envía con su rayo! Si digno soy de ello, te pido que contestes mi pregunta. Si acaso todo lo puedes ver, saber y comunicar con tus sabios signos, suplico que me respondas lo siguiente ¿Nuestro próximo triunfo sobre Troya será gracias a las manos divinas del monte Ida o a aquellas que, cubiertas de sangre y sudor, arranquen el alma de cada troyano que procure combatirnos? El silencio se hizo dueño del santuario. La pitonisa se mantuvo quieta, de rodillas y con la cabeza gacha. Lentamente enderezó su cuello, fijó su mirada en los augustos ojos de Ulises y dijo: -Esa duda será tu victoria y también tu suplicio. Al escuchar la respuesta, Ulises, confundido, le dió la espalda y se marchó lentamente del santuario sin confrontarla ni agradecerle.

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