Por mi inocente pregunta,
dos relojes disonantes
mantienen una discusión infinita.
**
Estrellé mi nave de hojas.
El cenicero cristalino sonrió
al darle estrellas y universo.
Luces dispersas hubo sobre su cuerpo
hasta la sentencia final del viento.
**
Las oquedades del alba
rugen su venganza
cuando el sol exangüe
baja su amplia guarda
de sabor ceniciento.
**
Su sombra fue un gorrión de hueso
obstinado en cantar al unísono del cisne.
**
Tras los pasos de la muerte,
un niño mordía su sombra.
**
La hoja,
transustanciada
en gorrión
cantó
junto al viento
y la noche
y un pájaro
que pedía
no morir
solo.
**
Destruyamos la poesía,
cada una de sus letras
y libremos el aire,
esos miles de gorriones
de pluma que inventamos.
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