Por la espalda fue. El frío de Ginebra penetró su saco y sus carnes, espaldas y labios, derramando en distintas proporciones un poco de agua de río de sus cuerpos. Ella atajó con uno de sus dedos la gota de sangre que indecisa bordeaba las comisuras de su boca, miró el cuerpo vencido y jadeante que moría y engendraba al mismo tiempo su crimen y lo empujó con suavidad, con el impulso cortez de sus manos finas, hacia el lago taciturno en donde él depositó su mirada última. El silencio del parque fue cortado por el osado chasquido que el agua emitió al impacto de la carne sobre ella. Guardó la navaja en su gabardina azul y miró hacia el cielo. La noche estaba sola. Ella quizo ver su obra, firmar su memoria con la imágen del lago invadido por el muerto. Lo escrutó y sólo pudo notar su rostro reflejado sobre el agua mansa. Un grito insitó la queja de los pájaros que pernoctaban en el parque.
La noche vio la imágen, vio cómo él y sus gemidos se perdían entre los árboles sibilantes y cómo ella era devorada por el espejo de agua donde se reflejan las estrellas.
24.1.08
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