Y caí del avión en el momento en que me diste de beber poesía en la vorágine de sábanas que cubría nuestros cuerpos. No eran letras de cama y luces de vela, más bien sentía cómo aquel otro ventanal abierto se desinhibía desde la lejanía como si se tratase de una boca sideral con intenciones de devorarse la noche entera. La brisa volaba suave por la otra cama y con mi mano trazaba una imágen con otros dedos que tenían otro aroma, podría decir a nube perlada o a sal en agua recién pasada por el crisol de su pupila, que no es tuya al no ser mía, digamos que pertenece a esa imágen que tantas veces he masticado y amoldado a mis deseos y frustraciones, y ésta, maleable y sumisa, cambió tanto sus barrios y cornisas que terminó siendo irreal pero perfecta. Cuando la luz de tu poesía se apagó al hacer contacto conmigo, me di cuenta de que estaba podrida, que tu poesía muerta estaba manchando las sábanas que me cubrían mientras la otra navegaba en vela desde lo alto de mi memoria y, con su pupila ubicua, se deslizaba por los arrabales de mis sentimientos más deshechos.
Y entonces te vi desesperada tratando de atravezar mi coraza de quietud con palabras taciturnas y fluctuantes, y cuando entraste en razón e inferiste que era una misión inútil, también notaste la presencia de la pupila gigante que nos veía celosa desde algún sitio metafísico. Lloraste con ella, usándola de escudo, como el arma infatigabe que dió vida a tu fracaso y la usaste, te abrazaste a ella para volar hasta la sima de mi inconsciencia pero su brillo te cegó los pasos y caiste en una negrura perdida, abandonada, en el lugar de los residuos del pasado.
Giramos nuestros cuerpos para que nuestras espaldas se unan, formando dos arcos cóncavos sobre una superficie blanda como dos imánes de polos negativos sobre el mar, y así nos despreciamos trazando una tregua entre nuestras miradas al ubicar la vista en distintos huecos oscuros del cuarto y dormir sin que la pupila se preocupe de alguna futura osadía de parte nuestra.
Al despertar, ninguno de nosotros estaba al alcance del otro. Separados por mundos y moléculas fielmente concatenadas sobre el colchón que nos sustentaba, decidí levantarme sin hablarte para luego mirar desde la ventana hacia algún lugar inalcanzable, hasta el punto en donde lo azul se confunde con lo no azul, y así atravezar con mis ojos la distancia y las palabras que nos separaban, buscando ser la pupila omnipotente que escruta su cuarto. Debía lograrlo antes de que sus ojos den el primer destello del día. El sol salió antes que yo.
8.1.08
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