Vi un destello de luciérnaga en la repisa de mi cuarto. Una guirnalda dentada, la cola de un cometa. Ciega estela de brillo que roza los mares de blancura. Me rendí sin guerra, la tregua era una idea ridicula. Deseaba verla entrar por la puerta principal, mojada en jolgorio de trombones ebrios de admiración. Se dió paso por la entrepierna del deseo, derecho por la ruta de la desesperación. La chimeneita fue prendida por tal ascua. Rumbo norte tomó la nimia llama, hasta llegar al abismo de una pupila. Destelló en luz nuevamente y luego se tiró a dormitar entre dos páginas del Neruda de mi repisa. De pronto no hubo luz, fuerza ni movimiento. La quietud oscura del vacío inundó la habitación. Carne fría me rodeaba y era mi espesor sin calefacción. Me ha robado la llama del vivir un destello de luciérnaga. Abrí con ansias el Neruda invisible buscandola. Todas sus páginas estaban igual de apagadas. La noche entraba lentamente por mi boca y lamía mis cuerdas vocales con sus mil lenguas. "A la mierda con la luz vieja", pensé y comenzé a imaginar una nueva. La musa perfecta era aquella ladrona que huyó entre las letras de mi libro. Fueron segundos coptados por un deseo demencial, cuya consecuencia fue una invocación mágica. Frente mío estaba la llama. Entró sumisa por mi pupila, calentando de a poco todo mi interior, alumbrando de nuevo mi existir y a mi humilde habitación.
Aquella noche no comprendí este extraño suceso de la lucesita, hasta que en sueños posteriores, ella me explicó que tuvo la picardía de echarse una escapadita para chusmear el Neruda de mi repisa.
8.10.07
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