13.10.07

Noche de carnaval

Esa noche, los hados de la fantasía alentaron a los deseos bajos para que escapen de los sótanos inconscientes en donde residen, y así fundirse en la carne de los hombres.
El instinto, que conoce sobre la inexistencia de los deseos individuales, forzó a la totalidad de los ciudadanos a inundar las calles para permitir la libertad plena de sus miserias ocultas.
Vino, sexo, jolgorio; todo convergía en una mezcolanza de cuerpos movedizos que bailoteaban por las calles, en su mayoría desnudos, vociferando sonidos ajenos a todo diccionario. Olvidaron los prejuicios, las prohibiciones sociales fueron derribadas como también, y esto es lo más oscuro que tengo en la memoria, fueron abolidos los límites físicos, ya que cada miembro del cuerpo pedía saciar su sed de perversión y lujuria.
No podría asegurar si los hechos que asocio con esa noche son recuerdos verídicos o imágenes creadas por los innumerables excesos que mi cuerpo sufrió, sin embargo, narraré algunos de ellos para que puedan situarse en la libre piel de los que vivimos esa noche desatada.
Recuerdo a pedofilos hambrientos avalanzándose sobre las puertas de sus vecinitas, mientras inundaban los pasillos de un edificio con su semen saliboso. Antes de perder sus códigos morales, los padres encerraron a sus hijas en sus habitaciones y ellas, perspicaces y obstinadas, escaparon luego por la ventana con su falda más corta. Los senos besaban las bocas y los clitoris buscaban lenguas por callejones obscuros, como niños jugando a las escondidas bajo la luna.
Unos alcoholicos dormitaban sonrientes en las veredas alumbradas por faroles multicolores y, abrazados por la ebria noche, se cobijaban bajo el seno de algún compañero de farra, sintiendose libres de cualquier acusación moralista, más aún al tener un cura al lado copulando con una monja pasada en años.
Vi a un magnate implorandole con amargura a un empleado para que lo penetre y este, libre esa noche, le dió un escupitajo entre las cejas para luego arrojarse con vehemencia sobre el cuerpo jadeante de un dogo alemán.
Estas imágenes deben haber sucedido a principios de la noche al ser las más reales que poseo. El resto de ellas son incomprensibles, carentes de toda lógica y tengo todavía la esperanza de que sean falsas. Los cuerpos se entreveraban, se deshacían formando otros cuerpos, mezclas amorfas de carne se chocaban velozmente por los cielos, risas estruendosas e incesantes sin dueño mutaban en aromas y en colores que nunca había percibido. Las cosas tangibles se disfrazaban de sensaciones, era lo mismo un semáforo que un arco iris, las palomas eran libertad, los camiones eran pesadillas; las ilusiones también acometieron nuestro ámbito sensible.
Prefiero detener aquí mi letanía de hechos antes de convencerme a mí mismo de que todo fue un sueño. Si me preguntan porqué sucedieron estos acontecimientos, creo que fueron posibles porque todos sabíamos que a la mañana siguiente, los tacones de aguja volverían a tocarse con el agua que limpia las veredas matinales. Nada cambiaría y, de hecho, nada cambió. Fue una necesidad colectiva de deshacernos de todo lo que nos es vedado y guardamos dentro, incluso de nuestros deseos fantásticos limitados por variables físicas, las cuales creíamos no poder controlar. Hoy en día, tengo la certeza de que nadie recuerda cómo finalizó esa noche, sin embargo, sin importar lo que haya sucedido, nadie podría negar que esa noche fue una verdadera noche de carnaval.

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